18.12.10

El regalo de Ely

Está tan oscuro que no llegas ni siquiera a ver la punta de la nariz, pero no te asustas porque de fondo se escucha una dulce melodía que te invita a seguir hacia adelante y con una sonrisa.
Te tropiezas una y otra vez, pero con las mismas vuelves a ponerte en pie y anonadada comienzas de nuevo a caminar de una manera danzarina, sin importarte quién pueda llegar a verte.
A lo lejos ves una tenue luz, pero apenas llegas a distinguir algo, ya que hay una niebla espesa que te impide vislumbrar bien.
Sigues y sigues, solo quieres escuchar ese canto de sirena sin importarte adónde puedas llegar a parar.
De repente te tropiezas con aquella luz que viste antes. Es una cajita.
La coges e intentas descubrir de dónde proceden esos destellos tan agradables sin éxito alguno. Con impaciencia intentas abrirla.
-¡Qué será!¡Qué será!- te preguntas.
Dentro está la respuesta de tu incógnita: son un millón de estrellas de diversos colores. Están esperando ansiosas a ser esparcidas por eso que tienes sobre la cabeza algo lejos de ti. ¡Pero no te asustes! No se caerá, tranquila. A eso, nosotros lo llamamos infinito.

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