Era gigantesco, espléndido.
Pasabas junto a él y sentías la necesidad de mirarlo, de sentarte bajo su acogedora sombra o simplemente de escuchar el viento entre sus hojas.
Un día, alguien depositó una semilla bajo él y a medida que iba transcurriendo el tiempo, la semilla iba germinando y creciendo, pero ella misma sabía que jamás llegaría a ser cómo ese gigantesco árbol. No rozaría su esplendor y menos aun, alguien se maravillaría por ser un arbusto.
Un día llegó a creer que la aplastaría.