24.10.10

No reconocí aquella estrella, ni a esos ojos verde intenso que me quitaban el aliento. Eran profundos. Pertenecientes a un alma rota, un alma incompleta. Llenos de sencillez y cariño. Ávidos de imaginación y ganas de vivir mil aventuras.
Estaba delante de mí y sin darme cuenta, me estaba robando lo que quedaba de mi alma.
Cuando salí del ensimismamiento provocado por esos ojos perturbadores, me fijé en que la estrella se estaba transformando.
Poco a poco se iba engrandeciendo. Alargando su cuerpo de donde salían cuatro extremidades. A la vez, se iba formando una cabeza alargada y unas orejas puntiagudas. 
Finalmente le salió una cola no mas grande que el cuerpo. 
Era un lobo, pero no uno cualquiera. Era mucho más grande que yo. Con un pelaje negruzco con toques de azul oscuro.
El viento transportó su perfume, y me hizo saber que olía a hojarasca y a tierra mojada.
No apartaba la vista de mí y a cada minuto que pasaba, me di cuenta de que esos ojos encerraban algo más, que  no logré averiguar.
Pero inexplicablemente, sentí euforia y ganas de llorar.
De repente, desapareció.

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